lunes, 24 de agosto de 2015

Ensayan una nueva estrategia para tratar la hiperplasia prostática

Por Nora Bär - LA NACION  
A los 55 años, Francisco Nobile es un hombre joven. Anda en moto, sale a las rutas con su auto, es una persona activa en su profesión: constructor. Pero hasta hace un mes y medio sentía que su calidad de vida estaba muy deteriorada por una precoz hiperplasia prostática benigna (agrandamiento de la próstata).


Néstor Kisilevsky, durante su visita a Buenos Aires. Foto: LA NACION / Silvana Colombo

Esta dolencia, que padecen alrededor del 50% de los hombres de 50 años y ocho de cada diez de los de ochenta, lo hacía levantarse tres o cuatro veces por noche y lo obligaba a memorizar todas las paradas que tendría que hacer para ir al baño cada vez que salía de su casa. "Venía mal desde hacía seis años -subraya-. Probé de todo; medicaciones caseras, fármacos de venta libre en los Estados Unidos, además de los remedios que me indicaban los médicos. Pero no había caso."

Después de consultar con una larga lista de especialistas, Nobile localizó a un cirujano argentino que estaba ensayando un tratamiento experimental en Brasil: la embolización de la glándula por medio de un procedimiento mínimamente invasivo. Hace un mes y medio se sometió a la intervención en la clínica porteña La Sagrada Familia. Hoy asegura que en este corto lapso le cambió la vida.

El promotor de este nuevo enfoque en el tratamiento de una dolencia enormemente generalizada entre los hombres es Néstor Kisilevsky, graduado en la UBA y formado como cirujano en el hospital Pirovano, que desde 1987 reside en San Pablo, donde formó su familia y dirige un centro de intervenciones mínimamente invasivas.
La embolización de la próstata consiste en ocluir una arteria que irrigue la glándula. La isquemia resultante induce una necrotización aséptica del tejido glandular, que a su vez produce una reducción de tamaño.

"La embolización se aplica desde hace por lo menos 50 años para contener hemorragias y para tratar tumores -explica Kisilevsky, de visita en Buenos Aires como todas las primeras semanas de cada mes-. Su utilidad en el tratamiento de la hiperplasia prostática se descubrió por casualidad, cuando un paciente tuvo que ser embolizado por un sangrado producido como consecuencia de una biopsia para detectar cáncer prostático. Los médicos no sólo detuvieron la hemorragia, sino que también observaron que comenzaban a mejorar sus síntomas del tracto urinario inferior. Empezaron a investigar y hoy ya tenemos información que nos estimula a seguir adelante."

Desde hace algo más de cuatro años, Kisilevsky lleva tratados 150 pacientes (32 en la Argentina y 120 en Brasil). La técnica también se utiliza en Portugal, donde ya se aplicó en 1000 personas, y en centros de los Estados Unidos, Rusia y España.

Según el especialista, la confianza en los buenos resultados obtenidos hasta el momento se ve reforzada por la efectividad de un procedimiento similar que se aplica en fibromas uterinos. Ambos cuadros se desarrollan en tejidos comparables y por estímulo hormonal.

"El procedimiento es básicamente el mismo -explica-: se interrumpe la irrigación para causar isquemia [interrupción del abastecimiento de sangre], y ésta lleva a la necrosis del tejido, que tiende a reabsorberse. Cuando esto ocurre, la sintomatología disminuye."

Por medio de un catéter de dos milímetros, el cirujano inyecta un líquido con microesferas (que pueden ser de distintos materiales, como un tipo de gelatina o ciertos polímeros especiales) que miden alrededor de una décima de milímetro.

"Introducimos el catéter por un orificio del tamaño de la punta de una birome, lo hacemos llegar hasta cerca de la meta y liberamos las esferitas, que viajan por el torrente sanguíneo hasta que encuentran vasos de su mismo calibre, no pueden seguir avanzando y taponan el conducto -explica Kisilevsky-. El procedimiento no duele nada, se hace con anestesia local. Ni siquiera es necesario poner un punto: basta con colocar una curita en el lugar de la incisión. El paciente entra caminando y se va caminando. No necesita ningún cuidado especial."

Según el especialista, el promedio de reducción en el volumen de la glándula que se obtiene con esta estrategia ronda el 25%.

"Parece poco -dice Kisilevsky-, pero alcanza para eliminar los síntomas." La mayoría de los pacientes abandona la medicación a la semana. No hay límite de edad, pero dado que es un tratamiento todavía en estudio, no se indica a quienes no hayan recibido terapia farmacológica durante por lo menos seis meses.
"Lo aplicamos cuando los medicamentos ya no son eficientes o el individuo se torna intolerante", subraya el médico. El índice de efectividad ronda el 80%.

¿Reemplazará la embolización a la cirugía? "Personalmente -agrega-, yo creo que no lo hará completamente, porque hoy el 80% de los casos mejora ostensiblemente, pero hay todavía un 20% que no lo hace. Tenemos datos para demostrar que es un método por sobre todas las cosas seguro, eficiente, pero hay todavía cosas que no sabemos. Por ejemplo, empezamos a ver que las resonancias no son todas iguales. Algunas arrojan una imagen muy brillante, porque tienen «mucha glándula». Estamos comprobando que estos casos responden mejor a la embolización, porque el tejido epitelial sufre más la isquemia que el muscular. Por otro lado, con el tiempo también puede haber generación de nuevos vasos sanguíneos y eso puede hacer que el cuadro vuelva a desarrollarse. Sin embargo, el procedimiento es tan sencillo y poco traumático que si eventualmente en tres o cuatro años se necesitara repetirlo no hay ningún problema, se puede hacer. Nosotros reembolizamos a alrededor del 10% de los casos. Es un tratamiento absolutamente local, que no produce ningún impacto sistémico."

El doctor Osvaldo Mazza, profesor titular de Urología de la Facultad de Medicina de la UBA, que por ahora no emplea esta estrategia, no es tan entusiasta.

"Técnicamente es factible -afirma-: todo órgano que se emboliza pasa a la atrofia y a la fibrosis. Todavía no está recomendado por la Sociedad de Urología, pero se puede hacer. Es una de las tantas posibilidades, además de la cirugía abierta y la cirugía láser. Lo que sucede es que por el momento no vemos cuál puede ser la ventaja, comparando esta estrategia, por ejemplo, con el láser verde. El «gold standard» es la resección transuretral [extirpación de la parte interna de la glándula a través de la uretra]. Lo importante no sólo es que desaparezcan los síntomas, sino que el paciente se desobstruya, para que no haya daño a la vejiga. Por costo-beneficio todavía no se justifica. Donde vemos que puede haber un futuro para la embolización es en el tratamiento de los cánceres localizados de próstata."

Nobile asegura que pudo dejar la medicación y hace una vida normal. "En todo caso, hay que esperar la prueba del tiempo", dice Mazza.